Mithrain

Es uno de los personajes a los que tengo más aprecio. Un hombre inteligente y sabio; un soldado valeroso, que ha soportado pruebas muy duras, sobre todo interiores. Sufrió mucho por su propia culpa, y su dolor no cesa porque no encuentra el modo de poner remedio a los daños que ocasionó.

Las personas sufren cuando se dan cuenta de que han causado un daño que no pueden reparar. Muchas veces no nos damos cuenta de nuestros errores y, cuando los advertimos, es frecuente que procuremos justificarnos, echar la culpa a los demás o a las circunstancias. A veces aceptamos que nos hemos equivocado, incluso gravemente, y entonces es normal que intentemos rectificar y reparar los daños, porque eso nos duele; nos hace sufrir.

Pero el caso de Mithrain va más allá del error. Él siempre había querido ser bueno y ponía en ello todo su esfuerzo. Pero cuando cometió aquel crimen tan terrible no lo hizo por equivocación, sino que actuó mal a sabiendas. ¿Por qué? Es un misterio tremendo. Se dejó llevar por la envidia, por una ambición egoísta y descontrolada… Algún poder maligno había puesto en su alma esas pasiones que, desde dentro de su alma, le movían hacia el mal.

Pero este enigma se nos puede plantear a todos los que nos esforzamos por ser buenos. A pesar de todo nuestro empeño, puede que llegue el momento en que nos veamos obligados a preguntarnos: ¿por qué fui tan malo? Quizás nuestras malas acciones no sean tan terribles como la de Mithrain, pero son malas, y desearíamos no haberlas cometido.

Y surgirá también otra pregunta: ¿cómo rectificar, cuando los daños son irreparables? Los más cínicos y pesimistas se dejarán llevar por la desesperación. Mithrain no. Él emprende un camino difícil: no vuelve la espalda a su crimen; pone todo el esfuerzo en reparar los daños hasta donde pueda, aunque sea de modo incompleto. Vive convencido de que siempre es posible levantarse, por muy dura que haya sido la caída. Y pide perdón.

Deja un comentario